Traje de madera No sé por dónde empezar. Cuando los sentimientos se viven intensamente, luchan por ocupar un lugar que no les corresponde, agolpándose y ocupando hasta el menor resquicio. Curiosamente, cuando esos sentimientos se convierten en recuerdos, parecen diluirse a la misma velocidad que se crean, quedando unos pocos que casi parecen irreales, como cuando intentas atrapar el humo con tus manos y ves como se escapa entre los dedos. Aquella tarde, en el sillón, una tarde más, televisión y hastío, el soniquete desagradable de la vida cuando parece no pasar nada más que la monotonía. En aquella época la abuela ya no estaba bien, hacía un tiempo que su alma había abandonado su cabeza y sólo era cuestión de tiempo que abandonara su cuerpo. Ese día de nuevo había tenido que visitar urgencias, mi hermano me llamó y me lo dijo, yo le pregunté si necesitaban que me acercara (iban mis padres y él), respondió que no, que no me preocupara. De repente, sonó el móvil, vi que e...
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Tu y yo somos uno. Tu con tu mirada de mar, fría e impredecible, a veces en calma, otras embravecida, pero con esa atracción que tiene el agua sobre mi. Yo con mi mirada de tierra, oscura y cálida, llena de secretos que descubrir. Cuando se encuentran tu mar y mi tierra se acarician, se revuelcan, intentan introducirse el uno en el otro, con cariño, con violencia, pero siempre unidos, por ese vínculo invisible en el que uno habla y el otro termina la frase, uno da y el otro recibe, uno siembra y el otro recoje. Tu y yo somos uno. Tu pelo el trigo que crece en el campo, mi mano el viento que juega a acariciarlo. Brilla a la mañana y desprende ese delicado aroma, mientras el viento busca la forma de despeinar las espigas. Tu y yo somos uno.
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Los sueños y las metas se confunden, no siempre van de la mano, a veces recorren un mismo camino, hasta que deciden separarse drásticamente. Son esos siameses que cuando los separan buscan a su mitad, pero sólo hay una cicatriz que les recuerda que cierta gente se dedica a pasar por la vida sin hacer ruido, malvendiendo sueños a precio de frías realidades, respirando sólo porque no saben hacer otra cosa. Los sueños a veces mueren, sin más, otras veces los mata la vida con esa maquinaria engrasada, en la que dejamos de ser personas y pasamos a ser cifras. Quizás el problema es que si no tienes un gran sueño, una meta de calidad, una de esas que impone la sociedad, no formas parte de ella. A lo mejor esta sociedad, enferma de envidia, de falsedad, de apariencias, no merece que tu formes parte de ella...
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No hay juego mas peligroso que perderse en tu mirada, llena de mar y de olas. Ya me conoces, me gusta jugar, con tu mente y con tu cuerpo, recorriendo los surcos de tu cerebro, penetrando en sus más oscuras habitaciones. Somos trenes sin control, destinados a chocar, introduciéndose violentamente el uno en el otro, nuestros cuerpos como hierro retorcido, creando formas desconocidas, fundidos por el calor del impacto. Ya me conoces, soy de pensar sucio y de actuar igual, no engaño, solo muestro lo que que quiero y a quien quiero, soy un ser eminentemente sexual. No hay juego mas peligroso que perderse en tus labios, suaves y carnosos, húmedos, fruto de mi perdición. Somos pura pasión, dicen más nuestros gestos que nuestras palabras, más una mirada que un verbo, más un roce que un adjetivo. Ya me conoces, quiero sexo y huyo del amor, el dolor ha creado un animal que ya no tien...
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Se peinaba de fuego, remolinos de llamas salvajes en los que el viento jugaba a enredar, a hacerlos bailar desordenadamente. Su verbo era suave, como una caricia que se deslizaba en tus oídos, capaz de embrujar al marinero que oye el canto de sirena. Cada sonrisa suya iluminaba la estancia, creando luz donde las sombras reinaban, con un estallido de energía limpia. Sus ojos miraban francos, con picardía, la que da la experiencia vital, la que da el tropezarse y levantarse siendo más fuerte una y otra vez. Sus besos eran historias, de las que te hacen vibrar de pies a cabeza, cuando los pruebas no los olvidas, como un oasis en un desierto. Te rodeaban sus brazos y el mundo pasaba a segundo plano, era fácil perderse sin miedo en ese cúmulo de sensaciones. El sexo con ella era salvaje, porque cuando jugábamos con nuestros cuerpos nos deseábamos tanto... rebuscando en cada resquicio, buscando el placer ajeno, sin tabúes, sin tapujo...
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Te miro a los ojos y tu miras más allá, a mi espalda, como si a alguien invisible que me acompaña lo pudieras ver... y sonríes con una sonrisa pura, despojada de todo artificio, sólo un instante. Y soy feliz, dentro de lo que el mundo me deja serlo, también sólo un instante, pero un instante eterno. Te abrazo con ternura, apoyas la cabeza en mi pecho, escuchas mi corazón frío, congelado a base de vida y circunstancias, y tu lo calientas poco a poco, con esa necesidad de protección que yo eludo en mi día a día. Te miro a los ojos y pienso que lo duro acaba de empezar, pero que la vida pasa en un abrir y cerrar de ojos y que dos cosas buenas he hecho en mi vida y una de ellas eres tu.
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Y llegó verano, vestido de mujer, de calor, de deseo. Su pelo era el sol de la mañana, ese que va calentando tu piel hasta llegar a tu alma. Sus ojos nacarados, como las conchas en la arena, reflejos verdes a veces, otras marrones. Sus labios suaves como el aire cálido del mediodía. Su cuerpo era catedral de madre tierra, oscurecida por los reflejos de su pelo desordenado. Por fin llego verano a mi vida, como esos amores que duraban justo lo que dura un intenso y cálido “verano”, esos que se guardan con cariño en un archivador pequeñito que se llena de cosas muy grandes. Y me llené de verano, fundiéndome con él, sabiendo que es una estación, que está de paso, pero una estación que me llena de vida, de deseo, de felicidad. Y se que verano y yo necesitamos tocarnos y que aunque se vaya, siempre vuelve, porque necesitamos sentirnos el uno al otro.