Y llegó verano, vestido de mujer, de calor, de deseo.
Su pelo era el sol de la mañana, ese que va calentando tu piel hasta llegar a tu alma.
Sus ojos nacarados, como las conchas en la arena, reflejos verdes a veces, otras marrones.
Sus labios suaves como el aire cálido del mediodía.
Su cuerpo era catedral de madre tierra, oscurecida por los reflejos de su pelo desordenado.
Por fin llego verano a mi vida, como esos amores que duraban justo lo que dura un intenso y cálido “verano”, esos que se guardan con cariño en un archivador pequeñito que se llena de cosas muy grandes.
Y me llené de verano, fundiéndome con él, sabiendo que es una estación, que está de paso, pero una estación que me llena de vida, de deseo, de felicidad.
Y se que verano y yo necesitamos tocarnos y que aunque se vaya, siempre vuelve, porque necesitamos sentirnos el uno al otro.
Su pelo era el sol de la mañana, ese que va calentando tu piel hasta llegar a tu alma.
Sus ojos nacarados, como las conchas en la arena, reflejos verdes a veces, otras marrones.
Sus labios suaves como el aire cálido del mediodía.
Su cuerpo era catedral de madre tierra, oscurecida por los reflejos de su pelo desordenado.
Por fin llego verano a mi vida, como esos amores que duraban justo lo que dura un intenso y cálido “verano”, esos que se guardan con cariño en un archivador pequeñito que se llena de cosas muy grandes.
Y me llené de verano, fundiéndome con él, sabiendo que es una estación, que está de paso, pero una estación que me llena de vida, de deseo, de felicidad.
Y se que verano y yo necesitamos tocarnos y que aunque se vaya, siempre vuelve, porque necesitamos sentirnos el uno al otro.
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