Traje de madera
No sé por dónde empezar. Cuando los sentimientos se viven intensamente, luchan por ocupar un lugar que no les corresponde, agolpándose y ocupando hasta el menor resquicio.
Curiosamente, cuando esos sentimientos se convierten en recuerdos, parecen diluirse a la misma velocidad que se crean, quedando unos pocos que casi parecen irreales, como cuando intentas atrapar el humo con tus manos y ves como se escapa entre los dedos.
Aquella tarde, en el sillón, una tarde más, televisión y hastío, el soniquete desagradable de la vida cuando parece no pasar nada más que la monotonía. En aquella época la abuela ya no estaba bien, hacía un tiempo que su alma había abandonado su cabeza y sólo era cuestión de tiempo que abandonara su cuerpo. Ese día de nuevo había tenido que visitar urgencias, mi hermano me llamó y me lo dijo, yo le pregunté si necesitaban que me acercara (iban mis padres y él), respondió que no, que no me preocupara.
De repente, sonó el móvil, vi que era mi hermano de nuevo, y un nudo apretó suave en mi estómago. Descolgué y la voz de mi hermano sonó al otro lado. Me espetó un frío "ya está", y esas palabras sonaron como el ruido de una afilada hoja que se agitara en el aire y me cortara en 2 dejándome vulnerable y expuesto, todo entrañas y dolor.
El pequeño nudo del estómago empezó a subir y apretar, subir y apretar, cada vez más fuerte, cada vez más alto hasta llegar a la garganta y deshacerse en un sollozo que llevaba años escondido dentro de mi. Porque los "tíos duros" no lloran, y yo llevaba mucho tiempo guardando sentimientos en cajones, ordenados en archivadores, todos ellos bajo llave.
Me dolió porque eras una de las mejores personas que conocí jamás, una mujer adelantada a su tiempo, con la que hablaba largas horas, jugando a las cartas, cocinando, contándome historias que me parecían increíbles, escuchando mis interminables ruegos y preguntas.
Me dolió porque pocos meses antes de dejarnos, tuviste el bonito gesto de avisarnos que ya no te quedaba mucho, abandonando tu cuerpo, ya no eras tú, y yo egoísta de mí intentaba animarte a hacer un esfuerzo imposible, creo que más por mi que por ti, ya que no me hacía a la idea de perderte, de un mundo sin mi abuela, la que me ayudó a ser el que soy.
Me dolió cuando no pudiste acudir al bautizo de mi hijo. Y yo como un estúpido niñato, ojalá hubiera sido más tolerante y menos ingrato.
Cuando te vi vestida de madera, ese traje te venía pequeño, las personas como tú no encajan entre cuatro frías paredes de madera, y tú te mereces la vida eterna, y en mi cabeza y mi corazón estarás viva siempre, se qué parte de ti va dentro de mis hijos y eso me hace feliz.
Siento no haberme despedido de tí como te merecías, cuando aún eras tú, y se que eso ya no lo puedo cambiar, pero el tacto de tus manos en las mías, tu risa cuando nos pusimos a hacer jabón casero y se derramó por toda la cocina, tus historias de cuando de pequeña cazabas ratones voladores (murciélagos), cuando hacíamos rosquillas... todo eso lo conservo y es parte de mi.
Abuela, algún día volveremos a vernos, sólo puedo decirte:
Gracias por tanto.
Comentarios
Publicar un comentario